Reproducimos un extracto del artículo "El ideal del sabio cristiano
en Erasmo", de Manuel Mañas, por el interés de sus aportaciones en el
contexto de una reivindicación de la dimensión religiosa del humanismo
renacentista, contra cierta visión reduccionista que trata de privarlo
de todo contenido espiritual. Puede leerse el texto completo en este enlace.
En 1521 publicó Erasmo en Lovaina un pequeño tratado titulado De contemptu mundi, esto es, Sobre el menosprecio del mundo,
pero su redacción tuvo lugar muchos años atrás, concretamente durante
la etapa monacal del humanista holandés. Él mismo nos explica en la
carta nuncupatoria dirigida al lector qué motivos le llevaron a
publicar, rondando los cincuenta años, esta obra juvenil, casi de niñez,
que por lo demás parece haber sido el primer escrito suyo que ha
llegado hasta nosotros.
En efecto, cuando apenas contaba con veinte años de edad, según nos cuenta Erasmo, escribió esta obra por encargo de un tal Teodorico de Haarlem,
que quería convencer a un sobrino suyo llamado Iodocus para que
abandonara el mundo secular y pasara a compartir con su tío el estado de
la vida religiosa, retirada y conventual. Erasmo debió de escribirla en
poquísimo tiempo, a la carrera y, según manifiesta, sin tomarse muy en
serio las ideas contenidas en el texto, pues para él no se trataba sino
de uno de sus primeros textos que le estaba sirviendo como divertimento y
entrenamiento literarios. Literalmente, califica la obra como escrita
“descuidadamente, como juego literario, improvisando, acudiendo a
lugares comunes y sin instruirme entonces con la lectura de
autoridades”.
El caso es que esta obra epistolar Sobre el menosprecio del mundo había
sido objeto de numerosas copias manuscritas y se había divulgado por los
círculos intelectuales afines a Erasmo, cuyos amigos además le
amenazaban con publicarla si el propio autor no lo hacía. Vistas las
circunstancias, nuestro humanista se decide a hacerla oficialmente
pública, no sin antes releerla y realizando en ella algunas correcciones
y enmiendas. Aduciendo, por tanto, el pretexto de que siente cierto
rubor por publicar en la madurez un escrito juvenil, se justifica un
tanto ingenuamente diciendo que debe leerse como la obra de un neófito y
no como la de un anciano intelectual. Se trata, creemos, de una excusa
necesaria porque, como veremos, estamos ante un escrito de crítica
religiosa en el que se pone en solfa toda la tradición medieval del
monacato y de la vida retirada dedicada a la contemplación, denunciando a
la vez los excesos de todo tipo que se cometían en los conventos por
parte de los clérigos. La obra, quizás, en la heterodoxa concepción
religiosa de Erasmo, se ajustaría más a un título como De contemptu monasterii o algún otro parecido.
[...] Aunque estamos formalmente ante una epístola de un tío a su
sobrino, no se trata más que de una ficción retórica empleada por Erasmo
para expresar libremente sus propios pensamientos e ideas. Ahora bien,
esta forma epistolar, retórica y declamatoria, no conlleva
necesariamente que el contenido de la obra sea un mero ejercicio
retórico escolar con argumentos y contra-argumentos tópicos y ficticios.
Antes bien, creemos con otros investigadores que se trata de un
auténtico “tratado” sincero y sentido, fruto de los años difíciles, pero
también fructíferos, que Erasmo pasó en el convento de Steyn dedicado
apasionadamente al estudio de los clásicos (paganos y cristianos) y de
los primeros humanistas italianos, sobre todo Lorenzo Valla. Además,
bajo la figura y pensamientos de Teodorico de Haarlem, ya se trate de un
personaje imaginario o real, hemos de identificar al propio Erasmo.
No parece, por otro lado, que estemos ante una obra estrictamente religiosa. La crítica religiosa, es verdad, está omnipresente, como en muchos otros de sus escritos, pero el tema nuclear del tratado es esencialmente “ético” y
“parenético”. Está claro que la obra hay que inscribirla en la larga
tradición medieval del “Desprecio del mundo” y en la incipiente
corriente humanística de la “Dignidad del hombre”, así como en el
neoepicureísmo heredado del De voluptate de Valla y destinado a
expresar el tema de la espiritualidad monástica y a exaltar la vida
retirada como el auténtico “jardín o paraíso de las delicias” en el que
el alma, liberada de los vicios, descansa en los placeres (voluptates)
de los estudios celestes, aun teniendo que afrontar labores et
incommoda que hacen aún más placentero este descanso. Pero el fin último
de este tratado, en nuestra opinión, es consolatorio y
“autoparenético”, es decir, el autor, que no se encuentra a gusto en el
convento donde se ha visto recluido por las circunstancias, intenta
consolarse a sí mismo y autoconvencerse de que esa vida es la mejor
posible para dedicarse al estudio y alcanzar la figura ideal del sophós
humanístico, aunque en este caso se trataría de un sophós cristiano.
Erasmo sustenta su ideal de sophós en tres pilares básicos: la
libertad, la tranquilidad y el placer (libertas, tranquillitas,
voluptas, capítulo IX). La renuncia epicúrea que el humanista holandés
propone, un apartamiento de los falsos placeres mundanos, del bullicio y de las tareas cívicas y políticas, es
un requisito imprescindible para la independencia del sophós, que
tratará de reducir al mínimo la dependencia del exterior. Esta retirada
de los bullicios y afanes mundanos fue, en principio, un ideal defendido
y perseguido por casi toda la filosofía helenística (cínicos,
escépticos, primeros estoicos y epicúreos), en un intento de
salvaguardar la serenidad del sabio y de reducir lo más posible el
contacto con todo lo que no depende de nosotros. En este sentido, Erasmo
declara taxativamente la esclavitud que nos impone todo aquello que no
depende de nosotros, sino del azar o de la inconstancia e insensatez del
mundo o de las masas (las necesidades, el matrimonio, incluida la
esposa, la fortuna, los vicios, la lujuria, la codicia, la ambición, el
diablo), y la opone a la libertad (monacal) que nos procura el
autodominio y la autosuficiencia (autárkeia), que también significa autarquía (autarchía),
esto es, un poder absoluto de gobierno, de gobierno de uno mismo y la
plena libertad de acción. Esta libertad virtuosa del sabio erasmiano
está fuera del dominio de la fortuna, desconoce la codicia, no teme la
muerte, porque la muerte sólo es temible para quienes vivieron
vergonzosamente, y en suma no se preocupa lo más mínimo de lo que sucede
en el mundo, porque eso no depende de nosotros: “juzgamos que nada de
lo que sucede en el mundo nos importa”.
Sosteniendo de nuevo que la vida del cristiano es una militia Christi y considerando la dualidad vida mundana/vida retirada
como un enfrentamiento bélico, donde se oponen y luchan la vida
virtuosa y libre y la vida viciosa y esclava, Erasmo insiste en que el sophós
cristiano debe aprestarse para el combate y procurar la victoria por
todos los medios, aunque sea recibiendo alguna herida. Esa victoria
sobre el enemigo, el vicio, el diablo y, en definitiva, sobre la muerte,
es la que nos otorga la suprema y única libertad, que consiste
simplemente en servir a Dios, y ello sólo es posible en el retiro del
mundo y en la íntima soledad de nuestro ser.