El concepto de libertad cristiana en Juan de Valdés

 

Redacción.- Alfabeto cristiano es un diálogo con Ju­lia Gonzaga compuesto por Juan de Valdés (1500-1541), el célebre humanista autor del Diálogo de la lengua y, hasta que se descubrió que había sido escrito por Juan Luis Vives, también del Diálogo de doctrina cristiana. El texto original espa­ñol de este diálogo se ha perdido, no sien­do conocido sino por la traducción italiana de Marco Antonio Magno, hecha por deseo expreso de la propia Julia Gonzaga. La traducción más utilizada, a partir del texto de una edición londinense de 1860, fue preparada por Luis Usoz del Río y por Benjamín B. Witten, y ha sido recientemente reeditada por Cypress Cultura. La pri­mera edición en lengua italiana (Vene­cia, 1545) fue descubierta por E. Mele en 1937. 

Juan de Valdés marchó de España en fecha no conocida y vivió en Nápoles desde el año 1536 (donde constan las primeras noticias de su presencia en la ciudad) hasta su muerte, formando parte de un ce­náculo religioso por el que fueron influi­dos algunos de los más conspicuos repre­sentantes de la Reforma en Italia, al estilo de los que el propio Valdés había frecuentado en el palacio del Marqués de Villena.

En el diálogo el propio autor tiene como interlocutora única a Julia Gonzaga, la cual, in­quieta por las predicaciones de Bernardino Ochino, vacilante entre el deseo de una vida cristiana más intensa y el temor de los jui­cios del mundo, se dirige a Valdés pidiéndole ayuda. Éste, asegurándole que su tur­bación es una señal de ánimo gentil y ge­neroso, incapaz de serenarse sino con las cosas espirituales y divinas, le propone el camino de una reforma interior, por la que «sin que nadie del mundo se la pueda conocer, antes que pasen muchos días co­menzará ella a sentir la paz de la concien­cia y los demás frutos que experimentan las personas espirituales». Julia se debe proponer enamorarse de Cristo haciendo todo cuanto haga por amor de Dios y no de sí «misma»; en esta disposición interior se resume toda la ley divina. La «fe viva» en Cristo Crucificado operará en ella el fruto de la caridad, en qué consiste la per­fección cristiana. La vía que conduce a ella es la del conocimiento de sí mismo y el conocimiento de Dios. Hay tres maneras de conocer a Dios: por la luz natural, por las Sagradas Escrituras y «por Cristo». En esta última consiste «todo el ser cristiano» y como no se puede conocer a Cristo por luz natural «si Dios intrínsecamente no ilu­mina y abre los ojos del alma nuestra, digo que ese conocimiento de Dios por Cristo es sobrenatural, para el que es menester gracia especial de Dios».

Por este conocimiento casi experimental de Dios que es amar y sufrir fuertemente las cosas divinas, Julia verá fortificarse en ella la fe, la caridad y la esperanza. Valdés resume la vía del co­nocimiento y del enamoramiento de Dios en una serie de reglas sencillísimas, exhor­tando al mismo tiempo a Julia a «andar por este camino como señora y no como sierva, como libre y no como esclava, con amor y no con temor». A esta reforma interior se­guirá caridad y la esperanza. Valdés resu­me la vía del conocimiento y del enamora­miento de Dios en una serie de reglas sen­cillísimas, exhortando al mismo tiempo a Julia a «andar por este camino como seño­ra y no como sierva, como libre y no como esclava, con amor y no con temor». A esta reforma interior seguirá espontáneamente, en lo necesario, la exterior. El diálogo ter­mina con algunas consideraciones acerca de la «libertad cristiana», que reproducimos a continuación.

 

Sabed, Señora, que la libertad cristiana es una cosa que, por mucho que se razone y por bien que se practique, no se puede jamás entender sino por experiencia; de manera que tanto sabréis de ella cuanto la experimentéis en vuestra alma, y nada más. Por eso, Señora, si la queréis aprender, poneos a experimentarla y no tendréis necesidad de que yo os la diga. Mas todavía os quiero decir algo a raíz de lo que dice San Pablo: "siendo yo libre de todas las cosas me hice siervo de todos, para ganarlos a todos para Cristo", y es que la libertad del cristiano está en la conciencia; porque el verdadero y perfecto cristiano es libre de la tiranía de la ley, el pecado y la muerte, y es señor absoluto de sus afectos y de sus apetitos. Pero, por otra parte, es siervo de todos en cuanto al hombre exterior, porque está sometido a servir a las necesidades de su cuerpo y a tener sujeta su carne, y a servir a sus prójimos según su posibilidad: con sus facultades, si las tiene, o con buena doctrina, si la alcanza, y con el ejemplo de una buena  y santa vida. De modo que una misma persona cristiana en cuanto al espíritu es libre, sin reconocer otro superior que Dios; y en cuanto al cuerpo está sujeta a todas cuantas personas hay en el mundo, por Cristo. 

Ya, Señora, habéis entendido de dónde nace la confusión de ánimo en la cual, hasta aquí, habéis vivido, y juntamente el remedio que podréis tomar para ella. Habéis entendido de dónde os viene la contradicción que sentisteis dentro de vos después de oír al Predicador, y la manera como os podréis librar de ella. Os he pintado la idea de la perfección cristiana. Os he mostrado doce pasos por los cuales comenzaréis a caminar hacia Cristo sin ser vista del mundo. Os he despejado algunas dudas que se os han ocurrido. Por último, habéis entendido en qué consiste la libertad cristiana. Resta ahora que vos comencéis, desde esta noche, a hacer la prueba en aquellos pasos que yo os he enseñado. Y mirad siempre de rogar a Dios para que os guíe y encamine con su gracia, sin consentir jamás apartaros de Él. Porque este es el camino para llegar a la perfección cristiana y para gozar la libertad cristiana, de la cual, cuando hayáis llegado, podréis con verdad, decir con el Profeta David: "Dominus regit me, et nihil mihi deevit. In loco pascuce ibi me collocavit". Esto es: "El Señor es mi guía, no me faltará cosa alguna. Él me ha puesto en buena dehesa".